2. España ¿educa?

Querido lector.

La pregunta que se nos ha planteado recientemente (aunque el debate en torno a este tema haya nacido antes que yo) es si España educa.

Para intentar responder a ella, voy a remitirme a algunas de las acepciones que recoge el Diccionario de la Real Academia Española del término educar (porque sí, quizá hayáis sacado a la filóloga de la facultad de Filosofía y Letras, pero no podréis sacar la filología de la filóloga).

La primera acepción recogida dice que educar es "dirigir, encaminar, doctrinar"; la segunda define educar como "desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc."; la quinta acepción que recoge el DRAE, tercera y última en nuestra enumeración, indica que educar también debe ser "enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía".

En este sentido, ¿cumpliría España con su papel educador?

Antes de llegar a una conclusión (si es que llegamos a ella), merece la pena conocer el estado de la educación en otros países con el fin de comparar su situación con la del nuestro. Antes de que pases al pequeño resumen que haré de la educación globalizada, me gustaría añadir que, a pesar de que algunos rasgos queden sin mencionar en la educación de algunos países, no significa que no cuenten con ellos; lo importante es que destaque lo fundamental de cada uno.

Por ejemplo, en Corea del Sur los alumnos estudian durante más de 12 horas diarias debido a la exigencia externa que reciben, dándole así mucha importancia al esfuerzo, frente a, por ejemplo, la actitud finlandesa en la que los alumnos no deben realizar tareas en casa, sino que invierten su tiempo en actividades extraescolares que ayuden a su educación, pero alejados de los pupitres. Holanda, Japón y Reino Unido destacan por su inversión en tecnología para, por un lado, ayudar al alumno en su preparación, y por otro adaptarle a la era tecnológica que estamos viviendo y que, sin duda, ha llegado para quedarse. Singapur debe destacar por la importancia que le da a la formación constante de los docentes, ya que ellos son los responsables de las futuras mentes del país, y Canadá despunta tanto en enseñanza bilingüe como en investigación, grandes fuentes de oportunidades laborales y formativas. Rusia, además de formar intelectualmente, también se centra en trabajar la educación emocional y social. Por último, Estonia permite que los alumnos se especialicen en los temas que más les atraigan. Quizá uno de los aspectos que más me llama la atención es que los alumnos de estos países demuestran que la educación que reciben es de calidad a través de sus resultados y a pesar de que algunos de los métodos sean totalmente opuestos. Es decir, distintas metodologías pueden dar el mismo resultado.

¿Qué diferencia a España de estos países? Teniendo en cuenta que nuestra educación es pública y que todos no sólo podemos, sino que debemos acceder a ella (al menos hasta los 16 años), ¿qué nos impide triunfar? En un principio, si nos remitimos a las acepciones presentadas al inicio, España sí educa, pues es capaz de "dirigir, encaminar y doctrinar", "desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos" y "enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía". Personalmente, dudo que tenga la respuesta, pues mi camino en el "aprender a enseñar" tan solo acaba de empezar, y considero que hablo desde la ignorancia. No obstante, ya que hemos venido aquí a jugar, trataré de dar mi opinión; si me equivoco en cualquiera de los motivos, estoy más que dispuesta a aprender de quienes sepan más que yo.

Para empezar, creo que no se valora al docente lo suficiente, como sí que se hace en los países anteriormente mencionados. El educador no es un niñero que esté pendiente de los alumnos durante el horario escolar, sino que su misión es versarlos en los conocimientos que consideramos que son básicos. Además, muchos de ellos se esfuerzan en conocer la situación personal de sus alumnos, sus inquietudes, metas y problemas. Sin embargo, en ocasiones, cansados de las desvalorización de su profesión, pierden la ilusión, lo que sin duda afecta a la enseñanza en el aula y a la interacción con los alumnos. Otro error que quizá se cometa es que el docente debe estar en formación constante para mejorar sus métodos de enseñanza, pero sin motivación ni reconocimiento, es normal que se prefiera no invertir ningún esfuerzo en este aspecto. En definitiva, lo que necesitamos son profesores con vocación y reconocidos por la sociedad. Añadámosle a este punto la poca implicación que encontramos no solo por parte de algunos alumnos, sino también de sus familias. En algún momento el sistema ha fallado a estas personas, pues no es culpa suya no saber valorar las puertas que abre la educación, independientemente del trabajo que deseen tener en el futuro.

Otro de los motivos por los que quizá España no alcance los resultados académicos deseados es la falta de inversión, a pesar de ser, desde mi punto de vista, uno de los tres pilares fundamentales de la sociedad, junto con la sanidad y la investigación. ¿De qué sirve planear mejoras educativas si no pueden ponerse en marcha porque faltan recursos? Esta es, por supuesto, una pregunta retórica. Ya conoces la respuesta.

El último motivo que quiero tratar es la falta de tiempo de adaptación a los nuevos planes docentes. Una mejora de este calibre requiere tiempo de implantación. Si, por el contrario, decidimos cambiar las medidas cada pocos años, lo único que encontraremos son alumnos y profesores confusos, descontentos y desmotivados.

En resumen, parece que de lo que carecemos es de valoración del profesorado, de implicación, de capital y de tiempo para implantar las medidas necesarias (como mínimo). Una vez más, insisto en que habla una novata en el tema, y estaré encantada de recibir cualquier corrección, apunte, aclaración o golpe de realidad que estéis dispuestos a lanzarme; no se puede aprender a enseñar si no se sabe aprender a aprender.

Hasta la próxima, lector.

 




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